¿Es realmente tan mala la desaparición de especies? Me doy cuenta de esta pregunta es como una mina antipersonal o una trampa de elefante. Y es que probablemente le pone a varios los pelos de punta.
Pero pregunto –porque no hago más que preguntarme– si a veces nos olvidamos de una triste realidad de la historia de la vida en la Tierra: que la extinción siempre ha estado con nosotros.
Ciertamente, estamos mucho mejor sin velociraptors merodeando nuestras ciudades. Nuestras calles son más seguras sin los tigres dientes de sable. E imagínese tratando de aplastar a uno de esos insectos gigantes prehistóricos como una libélula del tamaño de un buitre.
La cuestión de la extinción apareció recientemente en las conversaciones sobre la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestres (CITES), el Tratado destinado a salvar a las especies en peligro de extinción de los efectos devastadores del comercio.
La masacre de rinocerontes, la destrucción de elefantes, el triste pasado del tigre… Todos alzaban sus perfiles mientras los delegados en Bangkok discutían sus destinos.
"La cruda realidad es que el mundo de los vivos es una empresa inquieta, agitada en la que nada es para siempre. Sorprendentemente, casi todas las formas de vida que han existido en el planeta se han extinguido."
David Shukman, editor de Ciencia de la BBC
Y debería perdonarse a cualquiera que, tras oír las protestas y las campañas, las estadísticas impactantes sobre las pérdidas, pensara en la extinción como un nuevo tipo de mal que no existía hasta que la rapaz e insensible humanidad llegó al planeta.
Hay que decirlo aquí y ahora: algunos de los ejemplos más terribles son, en efecto, el resultado de actividades humanas a veces inconscientes, a veces descuidadas.